Choclo y Lentejas.


Esposa: Ay, yo siempre me pregunté si la pasarán bien los choclos adentro de la lata.
Esposo: Qué?
Esposa: Sí, para mí no son felices. Felices eran en el campo, con el viento rozando cada grano, con el sol dorando sus pieles.
Esposo: Ah... si... a qué le diste hoy, al gin o al moscato?
Esposa: Sos un insensible, Miguel.
Miguel: Ah, ésta sí que estuvo buena. Soy insensible porque no ando pensando en cómo carajo la pasan las lentejas en la lata? Haceme el favor, haceme. Dale, Inés.
Inés: Sí, y por esas cosas tu hijo te odia. Sí, te lo dije.
Miguel: Bueno, bueno, bueno, el gato sacó las uñas. Vos te ponés a pensar mucho en los choclos y toda esa mierda, pero después bien que te los comés en la humita que tanto te gusta.
Inés: Bueno, es que la humita me puede.... Pero sabés qué? A partir de hoy, dejo la humita. Tomá para vos. Es más, dejo todas las verduras, todas las legumbres, todo. Sólo voy a comer carne.
Miguel: Hay que escuchar pelotudeces en esta vida... Una carnívora. Bueno, qué hacemos con estas latas entonces?
Inés: Busquémosles un lugar feliz para que vivan.
Miguel: Un lugar feliz, un lugar feliz. Y dónde mierda vamos a encontrar un lugar feliz en este supermercado del orto?
Chuavechito: Hola.
Miguel: Che, me parece que el jabón en polvo habló.
Inés: Y yo soy la que está en pedo, no? Mirá si va a hablar.
Chuavechito: Hola. Acá va a ser feliz el choclo. Las lentejas también son bienvenidas.
Miguel: Inés, sabés qué? Creo que acá van a ser felices las latas. Dame, dejémoslas acá.
Chuavechito: Gracias. Chau Miguel.
Chuavechito 2: Uhh, bien ahí Chuavechito, pegamos morfi. Abrí las latas esas que tengo más hambre que el Chavo africano.

Autito.


Sintió un olor extraño. Conocido pero desconocido. Olor a chivo. Poco por ahora. Levantó su brazo para oler bien y al bajarlo pasó la mano por ese espacio debajo de la nariz y arriba de la boca donde antes no había nada. Sintió pelitos. Suaves, tímidos, tiernos, pero pelitos. Una duda recorrió su mente. Bajó la mano. Un poco, otro poco, disimuladamente. Luchó un poco contra el cinturón y escabulló sus dedos entre sus partes. Investigó detenidamente y consiguió la última prueba que necesitaba. También allí se habían hecho presentes los vellos. Sacó la mano, la olió con descaro y miró su otra mano. Pensó que todo había cambiado. Los años no pasan en vano. Finalmente, bajó la cabeza, dijo adiós a su niñez y al levantarla dijo hola a la adolescencia.

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