Naranjas.


Gutiérrez era de esas hormigas que ninguna otra hormiga se banca. Era pedante, soberbia y agrandada, por decir poco. Vivía contando historias –verdaderas o falsas- sobre sus grandes epopeyas, increíbles aventuras y asombrosas odiseas. Se ufanaba, por ejemplo, de ser la única hormiga argentina en haber ido al exterior, en una inolvidable caminata al Uruguay.
Un día, Gutiérrez comentó que se aprestaba a comenzar la más grande de sus hazañas. Un evento que sería recordado por los tiempos de los tiempos y que lo llevaría derecho a la inmortalidad. Exponía que con un solo acto heroico, conseguiría alimento para que toda la colonia pueda vivir un año sin problemas. Muchos pensaron que era otra de sus locuras, pero muchos otros pusieron un voto de confianza en él, sabiendo que quizás gracias a su enorme fuerza y energía pudiera lograrlo.
Así, Guitiérrez salió una mañana hacia la montaña de cemento de colores y se introdujo sin problemas. Miró a sus lados, investigando cuál sería el mejor botín. Vió latas colosales con alimentos, vió mountrosos paquetes de galletas, pero él sabía que no eran suficientes. Si quería ser inmortal, debía arriesgarse. Escrutó el horizonte y ahí descubrió una infinita bolsa de naranjas y supo que ese era el objetivo. Se acercó cuando la gigante que las llevaba se descuidó para acomodarse una pantufla y la tomó. Flexionó las rodillas, levantó sus patas y desplegó toda su fuerza para levantarla sobre su cabeza. Drogado por la adrenalina, se lanzó en velocidad hacia la salida. Imaginó las puertas abriéndose mágicamente ante él como si fuera uno de los gigantes. Estaba muy cerca cuando empezó a sentir que sus rodillas se debilitaban. Su exoesqueleto tembló y supo que su destino final no sería la inmortalidad sino la góndola de los desodorantes femeninos.

1 Comentário:

Anónimo dijo...

"Drogado por la adrenalina" , gran descripción de un estado de euforia.

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