Melón.


- Dame y ponete ahí. No, un poco más a la izquierda. Ahí.
El Lucas, el Luquita, mejor dicho, siempre había sido la esperanza de sus padres, de sus amigos, del barrio entero. El Luquita pintaba para crack desde chiquito. Le pegaba con las dos cuando los otros nenes no sabían ni caminar, cabeceaba perfecto aunque la pelota fuera más grande que su cabecita y gambeteaba juguetes y madres como el mismísimo Diego.
Todos esperaban que fuera el salvador, el que la pegue y saque a todos del fango. Y pintaba. Hizo unos años de inferiores impecables hasta que a los 9 años un compañero le invitó un trago de moscato que se había afanado de la casa. Desde ese día, el Luquita largó el deporte y se dedicó al escabio. Empezar de bien chiquito le vino bien e hizo una buena carrera. Se dice que fue el más joven de la historia en bajarse una botella entera de ginebra. Es recordada también su habilidad para inyectarle vodka a las cajitas de Cindor y su capacidad de aguantar las clases de Actividades Plásticas intacto después de una noche de vino.
Un día, Julio, viejo del barrio famoso por haber atajado en Comunicaciones, se lo cruzó en el súper y lo pinchó para que le patee con un melón de por ahí. El Luquita se arremangó los jeans, se limpió el vómito de la cara y le dijo que se acomode. Se paró como el crack que fue y le pegó como el ebrio perdido que es.

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