Café.


















Ariel era el último de su especie, y su especie estaba al borde de la extinción. Todo hacía presagiar que no duraría mucho más, que en cualquier momento no habría más como él.
El día que finalmente con él desapareció su raza fue triste para algunos, pero muy feliz para él, paradójicamente. Lo que para los dinosaurios fue un meteorito o el congelamiento, para Ariel fue un amigo. Un amigo que le mostró una página en Internet, donde a sólo un clic de distancia podía mirar horas y horas de gente haciendo el amor.
Así desapareció el último hombre que no conocía la pornografía en Internet, y al instante se fue al súper a comprar provisiones que lo mantuviesen despierto un largo rato.

Carne 3.

El ocho de marzo de 1983 fue un día que quedó marcado en la memoria de Emilio. Ese día murió Giménez, el perro de la familia y a Emilio le dijeron que había partido a una granja, como se suele hacer con los niños. Parcialmente consolado, Emilio imaginó a su mascota correteando por cientos de hectáreas verdes, con otros animales iguales de felices. De allí en más, así vivió su vida Emilio, creyendo que cada ser que muere, se va hacia una gran granja donde se reune con sus seres queridos y vive eternamente. Debía existir una granja para animales domésticos, una para animales salvajes, una con agua para los peces y, naturalemente, una para los humanos.
Pero lamentablemente, un día Emilio caminaba por un supermercado con una bandeja de costeleta en la mano mirando el precio, cuando una revelación lo sacudió. "Esto era una vaca. Esto es una parte de una vaca. Entonces quiere decir que esa vaca no fue a ninguna granja. Las granjas no existen."
Atontado pero con una calma inaudita, Emilio miró la costeleta y con lo último que le quedaba de inocencia, la puso a descansar donde debía.

Bananas.

Madre protectora y Padre permisivo siempre discutían sobre la crianza de Hijo confundido.
"Va a ser un hippie" decía Madre cuando Padre malcriaba a Hijo. "Puto va a salir si lo seguís tratando como si fuera un bebé" respondía Padre. Hijo confundido generalmente salía corriendo cuando los escuchaba discutir y se metía en su habitación a escuchar música fuerte.
Madre y Padre peleaban y se insultaban a viva voz en el supermercado tratando de decidir qué era mejor para la merienda de Hijo, no sabiendo que a tres cuadras de allí, él ya había merendado 23 pastillas para dormir.

Cerealitas.


"Sobre gustos no hay nada escrito" dijo alguna vez alguien que nunca leyó nada en su vida, porque hay un montón de cosas escritas sobre gustos. Pero lo que sí es verdad es que hay muchos gustos extraños en el mundo. Yo, por ejemplo, cuando niño, mojaba las papas fritas en Coca Cola, y de grande soy normal. Hay gente que combina queso y dulce de batata y nos quiere hacer creer que es un postre, cuando todos sabemos que no está ni cerca (haciendo un paréntesis literal, un postre debe ser dulce en su totalidad, además de blando y "mojado").
Pero ateniéndonos a lo que nos concierne hoy, analizaremos el caso de Obdulio Gauzisky, un colorado de zona sur que era conocido por ser bastante peculiar. Obdulio era raro, pero no quería serlo. Quería que todos fueran como él para sentirse uno más. Y si eso implicaba imponerle al mundo sus gustos, que así fuera.
Obdulio solía vagar por las calles de la zona tratando de convencer a los transeúntes que sigan sus consejos culinarios. Paraba personas al azar y las invitaba a degustar salchichas crudas con mermelada de frambuesa, atún con dentífrico y bujías a la provenzal, por ejemplo.
Su siguiente paso fue entrometerse en los mercados y presentar al público los productos que él consideraba delicias preparados directamente en la góndola. Así fue como los consumidores se encontraron muchas veces con combinaciones para nada coherentes.
Obdulio incluso había pensado los nombres de sus creaciones. Entre sus platos favoritos se encontraban: la "Esponja de baño al horno con papas", las "Finas lonjas de cerámico salteadas con delicioso dulce de leche" y el "Universo paralelo", que nunca se supo bien en qué consistía.
Obdulio terminó preso por sus acciones invasivas y antes de morir en la silla eléctrica, disfrutó su última cena, una sabrosa milanesa con puré.

Agua.


Todos creen tener LA verdad. Esa verdad irrefutable que los hace poseedores de una sabiduría superior, que los hace diferentes. Como los antiguos griegos, algunos dedican su vida a buscar la respuesta a la cuestión. Aunque el sentido común dice que quizás nunca se conozca en realidad la verdadera solución al problema y la humanidad deberá conformarse con respuestas en el campo del quizás. Dicen que hasta los más absolutistas deberán condormarse con el nose-ísmo.
Y he aquí una vez más un caso de duda, de hipótesis, de investigación, de prueba y error. He aquí un arriesgado que ha dejado atrás la creencia de que el agua es la solución y se ha aventurado a seguir a aquellos que (intrépidamente si me preguntan a mí) sostienen que la mejor solución para una resaca es más alcohol.

Melón.


- Dame y ponete ahí. No, un poco más a la izquierda. Ahí.
El Lucas, el Luquita, mejor dicho, siempre había sido la esperanza de sus padres, de sus amigos, del barrio entero. El Luquita pintaba para crack desde chiquito. Le pegaba con las dos cuando los otros nenes no sabían ni caminar, cabeceaba perfecto aunque la pelota fuera más grande que su cabecita y gambeteaba juguetes y madres como el mismísimo Diego.
Todos esperaban que fuera el salvador, el que la pegue y saque a todos del fango. Y pintaba. Hizo unos años de inferiores impecables hasta que a los 9 años un compañero le invitó un trago de moscato que se había afanado de la casa. Desde ese día, el Luquita largó el deporte y se dedicó al escabio. Empezar de bien chiquito le vino bien e hizo una buena carrera. Se dice que fue el más joven de la historia en bajarse una botella entera de ginebra. Es recordada también su habilidad para inyectarle vodka a las cajitas de Cindor y su capacidad de aguantar las clases de Actividades Plásticas intacto después de una noche de vino.
Un día, Julio, viejo del barrio famoso por haber atajado en Comunicaciones, se lo cruzó en el súper y lo pinchó para que le patee con un melón de por ahí. El Luquita se arremangó los jeans, se limpió el vómito de la cara y le dijo que se acomode. Se paró como el crack que fue y le pegó como el ebrio perdido que es.

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